El siguiente abrió la puerta con la ceremonia común
que delata una educación de barrio.
La sala estaba repleta de siguientes, sentados y con
cara de vacíos, que viene a ser más o menos la cara que ponemos
todos cuando estamos llenos de angustia, desánimo y cansancio.
La estancia olía a sueño e indiferencia, que junto
con el miedo, despedían un aroma de carne humana macerada en la
impaciencia, un ambientador que se pegaba en las narices de la rutina
y cuyo aroma pasaba desapercibido por quienes lo exudaban.
Silencio. Los corazones permanecían oprimidos entre
dos pulmones acorazados por sendas costillas. Todos latían al
unísono, con la monotonía de relojes adiestrados por no se sabe que
domador.
En los rostros la existencia, maquillaba la expresión
con ligeros toque de palidez y ojeras; todos los allí sentados
padecían algún tipo de dolor que ocultaban con un recogimiento
humilde y resignado.
La enfermera grito.
-¡Que pase el siguiente!
Y el siguiente que tenia la vez se levanto con el
porte de un cordero que llevan al matadero y que nada puede hacer.
El médico ni se molesto en mirarle, ni tan siquiera
aparto la vista del ordenador donde examinaba el expediente del
siguiente afiliado a la seguridad social.
La enfermera le ignoraba, es decir, se mantenía en
complicidad de estilo con el médico, como si el siguiente no
existiese, como si fuese el siguiente de una larga lista de
siguientes que cotizaban durante toda una vida para poder ser
atendidos en caso de enfermedad, todos con el mismo dolor, el mismo
porte, la misma actitud. Rutina laboral que acaba por aceptar que la
enfermedad es cosa de todos los días.
-Haber, cuénteme, que le ocurre. (Sigue sin mirarle)
_-Pues que desde hace unos días me mareo y tengo
dolor en el estómago. Las comidas no me sientan bien y me cuesta
dormir por las noches.
-Ese es un cuadro típico de estrés. Vamos a ver. En
que trabaja usted?
- Actualmente estoy en paro, pero soy albañil.
- Como usted me vienen montones cada día, no saben
aceptar el problema y se martirizan con la preocupación. Mire, le
recetaré unas pastillas para dormir y haremos unas analíticas
generales para asegurarnos de que todo está en orden. De acuerdo?
-Pues lo que usted mande, que para eso es el
especialista.
-El siguiente!
La señora siguiente arrastraba la pierna como si
ésta se quedase rezagada del resto del cuerpo. Caminaba lentamente,
sin que la enfermera le tendiese la mano ni le prestase ayuda,
impacientándose por la lentitud de la doña, con cara de acidez y
mirada que retaba a un duelo.
Sentóse la siguiente con una pose nada estética. La
pierna estirada y el cuerpo como desmayado, echado hacia atrás con
las nalgas a medio estadio.
-Haber, cuénteme que le ocurre.( Sigue en el
ordenador)
-Tengo mucho dolor en la pierna, no puedo apenas
caminar, por las noches se hincha como una pelota y no puedo dormir
con esa tortura.
Se ha dado algún golpe?
-No, no, se ha puesto así por capricho, llevo
más de un mes esperando que se me quite, pero cada vez es más
fuerte el dolor.
-Bueno, se tomará usted estos calmantes y haremos
unas radiografías para ver si algún músculo está dañado o si es
cosa de los años, ya sabe, los años no perdonan….
Así, día tras día, rutina en los hospitales,
rutina en las enfermedades, en las recetas, en las instituciones.
Inevitable monotonía que reduce lo profesional a una pesadilla con
la que hay que alimentar los días. Un trabajo remunerado, como
cualquier otro, solo que en ese trabajo se las máquinas son
seres humanos.
Hasta que un día la enfermedad decide atacar al
doctor que las alivia.
Desciende unos cuantos escaños, hasta una posición
de paciente, con alguna ventaja de preferencia, siendo mejor
atendido, escuchado, mirado a los ojos, analizado, bien medicado y
examinado hasta en sus uñas.
Reclama tiempo, todo el tiempo del mundo en calidad
de paciente; exige el máximo de atención, apremia a todo el
personal, con un miedo que es incapaz de controlar.
Pero las enfermedades no hacen distinciones.
Se le ha detectado un cáncer de colon demasiado tarde. Él,
que tanto aconseja, dejo de prestar atención a su cuerpo cuando éste
emitía síntomas de desequilibrio.Hoy, a las diez de la mañana, sentado en una silla de la sala de espera, a la espera de recibir su dosis de quimioterapia, escrutaba discretamente a cada uno de los que, también, esperaban su turno.
Se ha visto reflejado en los otros rostros, se ha sentido un siguiente sin más relevancia que la de un cargo preferente. En su laboratorio interior se efectuaban los descubrimientos más sublimes transformando su dolor, en comprensión, caridad, tolerancia, dignidad, el reconocimiento, la igualdad y el amor.
El silencio en la sala era impactante, jamás hubiese pensado que el dolor fuese tan reservado, tan discreto, tan bien disimulado. Quería gritar, llorar de impotencia, remediar todo el dolor mundial a través de su comprensión del mismo. Pero allí estaba él, un siguiente, a la espera de ser atendido por los de su gremio, implorando un trato digno, una solución, un milagro.
Desgraciadamente en este mundo, todo se reduce a rutina, aquellos que ayer hacían un juramento hipocrático, se dejan vencer por las ordinarieces cotidianas, cansados de tanto mundo enfermo, impotentes.
Afortunadamente hay excepciones, médicos que se implican olvidándose de sí mismos, generosos, comprensivos, atentos al problema. Médicos que no se creen dioses, que enferman y mueren como todos los siguientes, médicos capaces de recetarse a sí mismos el don de la humanidad, la caridad, la profesionalidad.
Es triste pagar toda la vida un impuesto médico, para ser atendido, tal vez nunca, tal vez durante mucho tiempo. Es triste esperar largos meses para detectar enfermedades ya incurables. Es triste acudir a consulta con un miedo irracional al propio médico, imaginando que nuestra vida depende de él, que está en sus manos.
Es triste tener que acudir a un médico particular porque no nos atienden debidamente y a su tiempo en los sitios donde cotizamos de por vida. Es triste esta sociedad de siguientes mal tratados, mal recibidos, mal gestionados y casi ignorados.
Es triste el trato que se recibe por parte de personal sanitario cuando ingresamos en planta, falta de cordialidad, cuidado en no hacer demasiado ruido, atención personal psicológica, malas caras, impaciencia…
En definitiva, mejor no necesitar nunca un médico, señal que disponemos de buena salud, pero nada nos puede garantizar que algún día seamos el siguiente, en una sala de espera, donde la realidad de la vida muestra su faceta más deprimente.
2 comentarios:
Amiga Gene lo has bordado. Hace años yo también estaba en una de estas salas, pero no era un ambulatorio, era una sala donde había un médico forense. Salió la enfermera y dijo lo mismo que dices tu:”El siguiente!” Me levante como pude, -con la ayuda de mi mujer- . El médico forense se limitó a mirar los papeles de la Seguridad Social, y sin mirar me preguntó que me pasaba. Yo le dije que tenía un cáncer pero que no daría más explicaciones porque me esperaban en el hospital Clinic prácticamente a la misma hora que yo estaba allí y él tenia que saberlo. “Que le tienen que hacer?” Un trasplante de médula. Adiós! Solo levantó la vista cuando mi mujer le dijo que era un cabrón. Te juro que todo esto lo tengo tan gravado que no te he puesto una letra de más.
Una abraçada.
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