miércoles, 1 de enero de 2014

PARTICIPACIÓN


ARTE CONTEMPORÁNEO-CHINA

Suelo levantarme muy temprano, cuando la noche se aclara por el este. Me gusta oler el primer sudor del día, metabolizar su esencia en los entresijos de mis carnes.

Los pájaros retoman su empeño en saciar sus pequeños cuerpos, fingiendo eternidad, libres de miedo, vociferando trinos  de resurrección.
El sol  emerge  ceremoniosamente del mar, la tierra se da la vuelta para repartir su efecto y en un incipiente bostezo, la vida, retoma su trabajo.

Dos palomas se aparean en un pino, un perro ladra; los gallos alardean de barítonos, un charco se llena de espejos.

La tierra exuda fragancias que se esparcen volátiles, mezcla de crudo y cansado; fértil inicio de semillas que una vez y otra se propagan silenciosas animadas por el viento.

La playa está desierta. Algunas gaviotas se disputan restos que los humanos desperdigaron. Dos barcas salen a pescar. El ruido de sus motores se mezcla con las voces de sus ocupantes. Un señor pasea con su perro; el perro entra y sale del agua entusiasmado con su juego, persigue una ola y ladra cuando ésta retrocede.

La orilla está llena de conchas y guijarros, pequeños despojos de lo que fue vida testimoniando su existencia de caparazón que resiste al tiempo. En verano la vida se dilata en horas, complaciéndose a sí misma.

Me siento individualmente entera, sin porciones de mí que se reparten. Quiero decir, que, mi importancia de ser obtiene consistencia, revalorizando mi pequeño espacio terrenal, como si todo el mundo fuese mío.
No existe angustia ni desespero, la vida me ofrece todo aquello que yo soy capaz de ver, divulga su escenografía y yo, como espectadora, puedo recrearme en esa obra, participando de la misma.



Sé que, mientras avanza el día, me iré llenando de las realidades que impregnaran mi cuerpo de miedos y preocupaciones. Sé que, inevitablemente, podré eludir la tragedia que infecta la vida virus y poluciones que convierten el escenario en un campo de batalla, donde cada ser lucha por su particular existencia mezclando su guion con el de otros.

Sé que, en un punto y aparte de mi propia existencia, soy responsable de existencias ajenas , que no puedo eludir mi participación el conflicto humano, que no puedo evitar sentirme cómplice de todo cuanto ocurre a mi alrededor.

 Pero ese inicio matutino, cuando el cuerpo está relajado, saciado de sueño, recién pintado con los colores de la paz, con la mente vacía de complejos; ese momento es pura vida y no la siento como una carga, a pesar de todos los argumentos que alteran su ritmo natural.

La importancia de cada amanecer, es poder estar vivo para verlo.




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