Después
de muchos días sin poder escribir nada,amortiguada enérgicamente y
dolida por el fallecimiento de mi madre, parece que mi ánimo se
presta a escribir esas mis cosas que quizás a nadie interesen, pero
que me gusta compartir y encuentro cierto alivio en poderlas
expresar.
Mama
se fue, después de una larga estancia de 92 años. Se fue sin oponer
resistencia, agotada por el dolor y consciente de su partida. Sus
constantes vitales menguaron hasta detenerse, y sus ojos, pequeños
y distantes, perdieron de vista la vida que la habitó.
Yo
estuve a su lado hasta el último suspiro, ese lánguido y definitivo
suspiro que salió de su cuerpo dejándolo inerte y vacío. La muerte
estaba allí, delante de mi, mostrándome su realidad mas muerta, con
su mortaja incolora y su desafiante silencio. Todo el ámbito a su
alrededor pareció detenerse junto con su cuerpo. La belleza de lo
vivo cambio su tonalidad por lo marchito, apagando el arco iris,
acentuando el amarillento cenizo y el violeta estancado. Mama ya no
estaba en el mundo de lo activo. Me pareció oír un aleteo sobre su
cabeza, o tal vez lo quise oír. Un aleteo como de alas de mariposa,
suave y liviano. Una evaporación del movimiento que se dispersaba en
el aire formando parte de él.
Cuando
quise llorar las lágrimas no acudieron a mis ojos. El espectáculo
en vivo de la muerte me sorprendió mirándome a mi misma. Allí
estaba la realidad más evidente del sentido de la vida, si es que
vivir tiene algún sentido. En ese cuerpo sin más consistencia que
la física estaban impresos los códigos genéticos de innumerables
generaciones, tal vez incluso algún pequeño resquicio del primer
gen, de la primera vida que habitó este planeta.
Yo
soy un eslabón más de esa cadena y mis hijos, y los hijos de mis
hijos; una secuencia interminable que prolonga la vida más allá de
toda muerte, rozando la eternidad.
Mi
madre, en cuerpo presente, dejó este mundo cuando la vida se canso
de habitarlo. La vida, que lleno todo su espacio de crudas y duras
experiencias, de superaciones y sacrificios, de miedos y
enfrentamientos con la supervivencia. La vida que un día la amamantó
con sus generosos y abundantes senos, ahora la desnutría, la secaba
de toda sangre, la paralizaba de toda palpitación.
Tranquilo
y reposado el cuerpo, rigidez absoluta, rictus forzado que ni gime ni
ríe; solo aprieta.
Acudieron
a mi mente escenas vivas, momentos felices y tristes compartidos, y
no siempre apreciados. Repaso obligado que duele y educa, hemeroteca
activa que reproduce las escenas donde la vida se prolonga mediante
la grata ventaja de la memoria.
De
haber existido desde el principio de la existencia humana la
fotografía, el vídeo, el ordenador, la televisión... conoceríamos
a todos nuestros antepasados, sus características, sus mezclas ,sus
orígenes.
Son
ideas que se me pasaron por la cabeza mientras permanecía sentada
apretando la mano de mi madre, donde las uñas se tornaron de color
violeta y las venas perdieron su volumen.
Antes
que madre fue hija y así sucesivamente, vamos repitiendo defectos y
virtudes, errores y aciertos.
Cuando nos convertimos en madres dejamos a un lado la prioridad de hijos. Cortamos el cordón umbilical de manera inconsciente y casi brusca, pasando a dedicar nuestras energías a los hijos. En una ley de sucesiones nos alejamos del vientre para ser vientre, instauramos nuevos conceptos, corregimos viejos vicios e insistimos en beneficiosas herencias. Los tiempos cambian contagiando cierto desapego a remotas costumbres, pero las herencias genéticas permanecen imborrables, persistentes, eternas.
Cuando nos convertimos en madres dejamos a un lado la prioridad de hijos. Cortamos el cordón umbilical de manera inconsciente y casi brusca, pasando a dedicar nuestras energías a los hijos. En una ley de sucesiones nos alejamos del vientre para ser vientre, instauramos nuevos conceptos, corregimos viejos vicios e insistimos en beneficiosas herencias. Los tiempos cambian contagiando cierto desapego a remotas costumbres, pero las herencias genéticas permanecen imborrables, persistentes, eternas.
La
evolución colabora a que tengamos discrepancias, aquellas actitudes
correctas que ahora son antigüedades, actitudes pasadas de moda y
caducadas.
Mi
madre fue viuda la mayor parte de su vida, tal vez por eso mi amor se
centro en ella, mi manutención y mi existencia dependían únicamente
de ella.
No
se cuantas veces le lleve la contraria, ni cuantas más mi
superioridad compitió con la de ella. Quizás más de una vez mi
orgullo la hirió, mi competencia la humilló, mi desorden
generacional la dejo sin armas para combatirme y enderezarme. No se,
son cosas que ahora, delante de la irremediable parálisis de la
muerte me incitan a ser mejor, escuchar esa voz que se acallo para
siempre, acatar esas obediencias que nunca obedecí, ser lo más
parecido a su bondad, a su genio a su fortaleza, a esa lucha que la
sostuvo y la permitió vivir casi un siglo, pese a la crudeza de su
enfermedad. Resistió, porque por encima de todo dolor ansiaba vivir
para ver, sentir, amar, estar aquí, aunque la estancia fuese
insoportable.
Me cuestiono hasta que punto fui una buena hija, estoy convencida de que me aceptó tal como soy, pese a no entenderme, pese a ser un jeroglífico para ella. Mi mezcla genética, acumulación de diversidades y caracteres, no siempre fue de su agrado, tal vez por eso nuestras guerras fueron interminables.
Mi
madre fue, y yo seguiré siendo, la parte móvil de su inmovilidad,
hasta que la vida me lo permita. Ahí están mis hijos y mis nietos y
los hijos de mis nietos que tal vez ya no me conocerán. Siempre nos
quedará el consuelo de la tecnología.
5 comentarios:
Siento el fallecimiento de tu madre, Gene, ya está en paz.
Un gran abrazo, amiga
M ha emocionat molt!!!timu marona progenitora!
Emotivo y sincero, cercano para el que ha sentido una perdida así. Siento tu dolor y su ausencia.
Un abrazo.
Mi pesame Gen para tí!
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