martes, 18 de noviembre de 2014

ETERNA AUSENTE




Después de muchos días sin poder escribir nada,amortiguada enérgicamente y dolida por el fallecimiento de mi madre, parece que mi ánimo se presta a escribir esas mis cosas que quizás a nadie interesen, pero que me gusta compartir y encuentro cierto alivio en poderlas expresar.
Mama se fue, después de una larga estancia de 92 años. Se fue sin oponer resistencia, agotada por el dolor y consciente de su partida. Sus constantes vitales menguaron hasta detenerse, y sus ojos, pequeños y distantes, perdieron de vista la vida que la habitó.
Yo estuve a su lado hasta el último suspiro, ese lánguido y definitivo suspiro que salió de su cuerpo dejándolo inerte y vacío. La muerte estaba allí, delante de mi, mostrándome su realidad mas muerta, con su mortaja incolora y su desafiante silencio. Todo el ámbito a su alrededor pareció detenerse junto con su cuerpo. La belleza de lo vivo cambio su tonalidad por lo marchito, apagando el arco iris, acentuando el amarillento cenizo y el violeta estancado. Mama ya no estaba en el mundo de lo activo. Me pareció oír un aleteo sobre su cabeza, o tal vez lo quise oír. Un aleteo como de alas de mariposa, suave y liviano. Una evaporación del movimiento que se dispersaba en el aire formando parte de él.


Cuando quise llorar las lágrimas no acudieron a mis ojos. El espectáculo en vivo de la muerte me sorprendió mirándome a mi misma. Allí estaba la realidad más evidente del sentido de la vida, si es que vivir tiene algún sentido. En ese cuerpo sin más consistencia que la física estaban impresos los códigos genéticos de innumerables generaciones, tal vez incluso algún pequeño resquicio del primer gen, de la primera vida que habitó este planeta.
Yo soy un eslabón más de esa cadena y mis hijos, y los hijos de mis hijos; una secuencia interminable que prolonga la vida más allá de toda muerte, rozando la eternidad.
Mi madre, en cuerpo presente, dejó este mundo cuando la vida se canso de habitarlo. La vida, que lleno todo su espacio de crudas y duras experiencias, de superaciones y sacrificios, de miedos y enfrentamientos con la supervivencia. La vida que un día la amamantó con sus generosos y abundantes senos, ahora la desnutría, la secaba de toda sangre, la paralizaba de toda palpitación.
Tranquilo y reposado el cuerpo, rigidez absoluta, rictus forzado que ni gime ni ríe; solo aprieta.
Acudieron a mi mente escenas vivas, momentos felices y tristes compartidos, y no siempre apreciados. Repaso obligado que duele y educa, hemeroteca activa que reproduce las escenas donde la vida se prolonga mediante la grata ventaja de la memoria.


De haber existido desde el principio de la existencia humana la fotografía, el vídeo, el ordenador, la televisión... conoceríamos a todos nuestros antepasados, sus características, sus mezclas ,sus orígenes.
Son ideas que se me pasaron por la cabeza mientras permanecía sentada apretando la mano de mi madre, donde las uñas se tornaron de color violeta y las venas perdieron su volumen.
Antes que madre fue hija y así sucesivamente, vamos repitiendo defectos y virtudes, errores y aciertos.


Cuando nos convertimos en madres dejamos a un lado la prioridad de hijos. Cortamos el cordón umbilical de manera inconsciente y casi brusca, pasando a dedicar nuestras energías a los hijos. En una ley de sucesiones nos alejamos del vientre para ser vientre, instauramos nuevos conceptos, corregimos viejos vicios e insistimos en beneficiosas herencias. Los tiempos cambian contagiando cierto desapego a remotas costumbres, pero las herencias genéticas permanecen imborrables, persistentes, eternas.
La evolución colabora a que tengamos discrepancias, aquellas actitudes correctas que ahora son antigüedades, actitudes pasadas de moda y caducadas.
Mi madre fue viuda la mayor parte de su vida, tal vez por eso mi amor se centro en ella, mi manutención y mi existencia dependían únicamente de ella.



No se cuantas veces le lleve la contraria, ni cuantas más mi superioridad compitió con la de ella. Quizás más de una vez mi orgullo la hirió, mi competencia la humilló, mi desorden generacional la dejo sin armas para combatirme y enderezarme. No se, son cosas que ahora, delante de la irremediable parálisis de la muerte me incitan a ser mejor, escuchar esa voz que se acallo para siempre, acatar esas obediencias que nunca obedecí, ser lo más parecido a su bondad, a su genio a su fortaleza, a esa lucha que la sostuvo y la permitió vivir casi un siglo, pese a la crudeza de su enfermedad. Resistió, porque por encima de todo dolor ansiaba vivir para ver, sentir, amar, estar aquí, aunque la estancia fuese insoportable.


Me cuestiono hasta que punto fui una buena hija, estoy convencida de que me aceptó tal como soy, pese a no entenderme, pese a ser un jeroglífico para ella. Mi mezcla genética, acumulación de diversidades y caracteres, no siempre fue de su agrado, tal vez por eso nuestras guerras fueron interminables.
Mi madre fue, y yo seguiré siendo, la parte móvil de su inmovilidad, hasta que la vida me lo permita. Ahí están mis hijos y mis nietos y los hijos de mis nietos que tal vez ya no me conocerán. Siempre nos quedará el consuelo de la tecnología.




5 comentarios:

maria candel dijo...

Siento el fallecimiento de tu madre, Gene, ya está en paz.

Un gran abrazo, amiga

Anónimo dijo...

M ha emocionat molt!!!timu marona progenitora!

San dijo...

Emotivo y sincero, cercano para el que ha sentido una perdida así. Siento tu dolor y su ausencia.
Un abrazo.

Montserrat Sala dijo...
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Carmen Troncoso Baeza dijo...

Mi pesame Gen para tí!