viernes, 18 de julio de 2014

DESPERTAR





El momento más importante del día es sin duda alguna el despertar. Abrir los ojos a un nuevo día es la rutina que conlleva la mayor carga de energía presta a ser desmenuzada .
Como toda costumbre y más si la hemos convertido en mecánica, la importancia de ese momento nos pasa desapercibida, y lo único que nos conmueve es la pereza, el desentumecimiento y la sobrecarga emocional que nos obliga a levantarnos para hacer un montón de cosas que no nos apetecen.
Cada ser reacciona de diferente manera, a pesar de que la inercia del suceso es la misma en todos los humanos, quiero decir que el acto en si contiene una razón unánime. Despertar después de dormir es lógico y natural, lo que no es tan lógico ni natural es despertarse cansado o malhumorado, lleno de rabia o cargado de preocupaciones.
La primera reacción es biológica, hay que desalojar las vísceras y aliviar el cuerpo. Acto seguido, pensar...o no... depende de cada uno.



Pensar es también una rutina que nos impone la existencia; somos animales racionales, cavilamos, elucubramos, especulamos, distinguimos, o no, los efectos colaterales que causan nuestras acciones, la repercusión medioambiental que contaminamos con nuestras ideas y sobre todo, la energía que malgastamos en dejar a un lado nuestra verdadera identidad para ser aquello que nos obligan a ser, pensar lo que nos dictan y mantenernos al margen de investigar quienes somos y quienes son los que se toman tanto trabajo ( bien remunerado) para dirigir nuestras vidas y nuestros despertares.
La insatisfacción es la reina, la nota predominante en la mayoría de despertares. Abrir los ojos y, en la penumbra, ver más luz de la que veremos en todo el día. El lapsus relajado que nos otorga la conciencia, ese momento de lucidez reservada solo al despertar, es un bien que pasa lastimeramente.
En breves minutos consumimos todo el trayecto de nuestra existencia. Tal suceso ocurre sobre todo en aquellas personas que día a día se van sobrecargando de pesadumbre y descontento,insatisfechas con lo que son y con lo que les hacen ser.
Son apenas unos instantes de lucidez mental, lucidez esporádica y reactiva que insiste en iluminarnos cada mañana, recién salidos del coma soporífero del sueño y prestos a seguir el día con más de lo mismo.
El despertar de un niño en su primera infancia es un reclamo a la necesidad que le obliga a seguir vivo. Su fijación es el hambre, la higiene, las dosis de amor que le hacen humano,la ternura, la protección...
En el despertar de un adolescente predomina la fantasía. El mundo es del color que él quiere y lo diseña según sus cálculos y mediciones. Todo despertar esta lleno de vitaminas y estimulantes, no necesita pensar, es actividad pura y sin restricciones.



La adolescencia es temporal, como sus despertares. Cede paso al realismo puro y duro de las insatisfacciones. La juventud es la toma de consciencia por la fuerza y la alternación de la misma por sus repercusiones.
Así seguimos después de aceptar que entramos en años, despertando con alteraciones cardíacas, abriendo los ojos de manera mecánica, deseando el despertar de un niño para obligarnos a seguir vivos.
Envejecemos. Alargamos el hospedaje entre las sabanas todo cuanto podemos. Abrir los ojos da miedo, es casi una obscenidad ver en lo que nos hemos resumido. Un tiempo de vida que ha transcurrido entre el despertar y el sueño, con intervalos de vida activa, donde no hemos abierto los ojos más que para continuar ciegos y dormidos.
El despertar debería ser un agradecimiento diario al renacimiento. Abrir los ojos y ver la luz después de haber permanecido unas horas en el país de quien sabe donde, sumergidos en la nada que todo lo sabe, desamparados de nosotros mismos, cobijados por la noche que todo lo pierde.
Despertar y sentir que estamos vivos, que pertenecemos al primer mundo donde el agua caliente desentumece nuestra epidermis y el aroma de café despeja nuestros sentidos.
Agradecernos el derecho a ser más que otros sin haber ganado ninguna batalla propia ni arriesgado nuestro sentido común en merecer tal derecho.
Abrir los ojos retando a lo imprevisto, sin planes previstos ni aturdimientos mentales, recobrando esa infancia donde solo pretendíamos crecer, ajenos a esa pretensión, guiados por el instinto, respaldados por la necesidad.
Despertar es un acontecimiento solemne, una bienvenida, un punto y seguido a la vida, la simplicidad de lo permanente, la osadía de seguir, el culto al sol, la realidad de ser.
No olvidemos nunca nada de eso cada vez que abrimos los ojos, el resto del día podemos seguir, si lo preferimos, inmersos en la ceguera total de lo cotidiano.




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