Existe un desencanto
global que afecta principalmente a la sensibilidad. Una enfermedad
del alma que disminuye las defensas que estimulan las ganas de vivir,
de amar, de crear.
La humanidad envejece sin
haber sido joven. Se aceleran los mecanismos que destruyen el
ambiente, creando una especie de resistencia ficticia que cada vez se
infecta más con las malas costumbres y los experimentos para
soportar de manera sintética la falta de oxigeno.
Cada ser, individualmente,
soporta como puede la asfixia,cada unidad cerebral ordena a sus
neuronas resistencia y tolerancia para descongestionar en lo posible
el caos mental que nos involucra en una locura colectiva.
No existe espacio en el
alma, ni percepción en el cuerpo para pensar en nadie más, aparte
de uno mismo. No tenemos tiempo ni espacio para remediar el dolor
descomunal que afecta a la otra mitad de la humanidad que sobrevive
sin voluntad ni fuerzas para averiguar el porque de su mala suerte,
el porque de sus destinos carentes de todo.
Estamos globalmente
enfermos, nos contagiamos unos a otros a través de la respiración.
Hemos contaminado con nuestras ambiciones hasta el mismo aire que
respiramos.
Ese aire que transita de
un espacio a otro arrastrando nubes y sembrando campos, afecta de
manera directa a todos y cada uno de nosotros, diseminando muertes y
proyectando sumisión, desencadenando conflictos y reduciendo el
sistema inmune que sostiene la naturaleza.
Cada vez es mayor el
desinterés por todo, cada vez nos afecta menos la discapacidad del
alma que se ha visto obligada a ser un elemento combustible sin otra
misión que la de pasar desapercibida, debido a su invisibilidad.
Nuestras creencias se
sostienen a base de doctrinas cada vez más opresivas, cada vez más
reaccionarias, sujetas todas ellas a un pacto de fe que nos sustenta
bajo la protección de dioses prefabricados con materiales de
construcción y derribo, todos ellos también invisibles, pero
contundentes en sus leyes, obsesivos en sus reformas, criminales en
sus castigos.
No hay espacio en nuestras
vidas para pensar en la vida de otros. Amamos con prisas y pactando
tiempos y medidas que comercializan el amor con fines interesados.
Destruimos, conscientes de la mala herencia que dejaremos a nuestros
descendientes, aquellos que heredaran incluso ese aire contaminado,
exterminio total de semillas y buenas voluntades.
Hemos tomado decisiones
nefastas que nos afectan en grandes proporciones, decisiones
indisolubles al tiempo y el espacio, porque las reafirmamos en cada
obstáculo que interfiere en nuestros intereses, en nuestras
ambiciones, en esa inagotable sed de poder y tener que resume la
existencia en una lucha constante donde todo acaba en extinción y
muerte.
Estamos incapacitados para
pensar por nosotros mismos, a fuerza de dejar que se piense y se
decida por nosotros. Hemos dejado en manos ajenas nuestras vida
confiados en las buenas intenciones de aquellos que gobiernan en
nuestros hogares, en nuestras mentes, que invaden nuestro espacio más
intimo despojándolo de toda personalidad, de todo rastro que delate
un perfil autónomo e insumiso.
Ellos nos llevaran por su
camino sin demasiado esfuerzo, porque somos el rebaño del pastor que
hemos elegido y aunque sabemos de antemano que acabaremos en el
matadero nos importa un bledo, porque nos adaptamos conformes a sus
mandatos dictatoriales y a sus leyes discriminatorias.
Todo contribuye a que cada
vez pensemos menos, que estemos sumergidos en la vacuidad de un
tiempo que nada vale, porque es un tiempo perdido entre los escombros
de una sociedad cada vez más robotizada, más desprovista de medios
en defensa propia, más impregnada de sofisma
y desnaturalizada, más
logísticamente torturada por los mismos medios que pretenden
sumirnos en una sociedad avanzada y moderna.
El ser humano, pese a sus
adelantos tecnológicos, pese a sus descubrimientos científicos,
pese a sus creencias en otros espacios y su insistencia en
reencarnarse, para ser otra vez simio, no comparte esos avances ni
entiende su verdadera potencialidad, sigue siendo un obstáculo para
si mismo, empeñado en impedirse como ser libre y pensante, reducido
a una medida que no parece crecer, ni tener interés por dejar atrás
el canibalismo y dejar de ser un depredador de si mismo.
Avanzamos, claro que
avanzamos y en esos avances coexisten con sus contradicciones, cada
paso positivo tiene su carga de negativo, de nosotros depende ver en
cada situación el dominio de lo uno y de lo otro.
La esperanza nos mueve a
esperar....¿Esperar que?
Quizás a que sean los
mismo que nos dictan los que nos devuelvan la naturalidad, el
reconocimiento, la igualdad, la inteligencia, la libertad, la paz...
Cosa necia, porque
actuarían en contra de sus intereses tan lucrativos ,de sus
objetivos globales tan mal intencionados.
Tal vez sea cierto que
tenemos lo que nos merecemos, que seamos suicidas voluntarios,
conscientes de nuestro propio crimen, que aceptemos nuestra
existencia sobrecargada de materia antes que dar un paso hacia la
realidad, hacia la consciencia de no ser nada, sin ser los otros,
esos otros a quienes les ha tocado la parte mala del conocimiento
humano, a quienes les ha tocado ser el experimento de laboratorio
donde nacen los descubrimientos que solo benefician a una parte de la
humanidad. Sin ellos, sin esos conejillos de indias, nosotros no
podríamos disfrutar de tanta abundancia y tanta prosperidad.
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