DENIS NUNEZ RODRIGUEZ-COLOMBIA-ÓLEO |
Por la ventana abierta entra la noche clara de otoño.
No es posible dormir. Poseída por uno de esos frágiles y escasos
momentos donde la vida se simplifica alcanzando su más elevada
grandiosidad, su más intrínseco sentir. Dejo que mi pequeña
materia se transforme en un apacible estado de completa disolución
con el momento.
La poesía muda de las sensaciones,
imposible de transcribir, imposible transcender ese momento
sagrado para descifrarlo, sometiéndolo a examen, divagando en
porqués, intentando hallar una explicación científica a ese algo
surgido de la nada resumiendo un todo.
Fugitiva de mi misma, dispersa en la emociones,
vibrando entre las cosas bellas, o con las cosas que hago bellas,
aspirando la noche con sus olores, esencias húmedas destilándose en
mis horas, esas horas que nada significan en la valoración de un
tiempo comúnmente compartido con las horas que ya se fueron y las
que aún están por llegar.
Poseo el potencial de verlo todo bello, también la
impotencia de hacer que todo sea bello.
La noche está sosegada, serena, por la ventana
abierta veo la parcela de cielo negro, de un azul
azabache donde un cuarto menguante se sabe cuarto creciente, donde
las estrellas brillan, algunas quizás ya muertas y me hablan de
muchas cosas, de tiempos en los que yo no participaba y sin
embargo ellas ya me sabían.
En el jardín rumorean los insectos subyugados por
las esencias vivas; una gota de rocío cae al suelo y se deja tragar
por la tierra. Las oscuras sombras de los pinos reciben los embates
de la brisa, reverenciando al silencio con humilde ostentosidad.
DIANA RODRIGUES-COLOMBIA-´OLEO |
Alargo la mano intentando recoger algo invisible,
algo incorpóreo que flora a mí alrededor envolviéndome
en una consistente sensación de placer. Quisiera retenerlo,
apresarlo, guardarlo en algún cajón de la mente...que tonta, mi
mano no puede apresar aquello que ya forma parte de mi currículo de
experiencias fuertes, esas que generan endorfinas y que se
desprenden al más mínimo recuerdo.
La luna sigue en su sitio, mientras la tierra la
desplaza; el efecto se invierte y unas estrellas ceden paso a
las otras, el mapa estelar dibuja espacios donde las naves nunca
llegan, si acaso los sueños evaporados de la realidad, esos sueños
de permanencia en lo infinito, esos sueños de vivir eternamente,
aunque solo sea para seguir siendo testigos de la belleza.
VENTURA GONZALEZ-CUBA-ÓLEO |
En esta noche de invierno un cometa muere, después
de su trayectoria cósmica; resto de alguna incipiente vida, fin de
alguna misión, rastro que no resiste la gravedad y perece en su
atracción.
No hay ventana, si la hay; quiero evadirme en ella,
volver... ¿Ha donde volver? ¿Acaso me he ido?
No hay respuesta. Allí está la luna, decidida a
permanecer, rastreando el universo sin moverse del sitio, aceptando
mi mirada porque la hace bella.
Paz honda sosiego. ¿Por qué no puede ser siempre
así?
El camino que lleva a casa carece de indicaciones,
perdida como estoy en este laberinto humano me aferro a lo etéreo,
esperando la sublevación de la carne, la levitación de los
cuerpos hasta alcanzar la sabiduría, un desenlace galáctico que
cambie el rumbo del planeta.
Cesar en este viaje acercándome peligrosamente al
centro de la galaxia, dejarme tragar por la oscura boca hambrienta de
materia, y en un vómito del tiempo, resurgir como una supernova,
iniciando de nuevo la tarea de vivir, pero sin oxigeno ni gravedad,
siendo eterna testigo de la belleza cósmica.
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