Es
un duro golpe para la naturaleza esgrimir la indiferencia hacia todas
sus manifestaciones. Desafiarla, equivale a potenciar el dolor y la
incertidumbre, adoptando una actitud de insalubridad que desvalija el
cuerpo de sus herencias primarias, exponiéndolo a merced de
mutaciones que repercuten en todo el sistema inmunologico.
Cada
vez son mayores las represalias, cada vez mayor la frecuencia con que
asistimos al desmantelamiento de la naturalidad para ser robots
impulsados por las mismas ambiciones, dejando las neuronas colgadas
en un espacio en blanco donde se imprimen códigos ajenos a nuestra
personalidad, alterando nuestro carácter, invadiendo nuestro
intelecto, calcinando cualquier síntoma de espontaneidad que pueda
sintonizar con el verdadero sentido de la vida.
El
contagio por desidia se produce cuando invadidos por el miedo,
esperamos un rescate que nada tiene que ver con lo que tememos;
intoxicado el cuerpo por un sistema opresivo y exigente, entregamos
nuestra mente al servicio de cualquier solución que nos alivie de
tan desquiciado martirio.
Nuestra
identidad individual se desintegra y se mezcla como un grano de arena
en un desierto árido donde solo los vientos cambian la posición de
las dunas, siendo estás siempre las mismas a merced de los caprichos
del viento.
Un
rebaño de cuerpos desnaturalizados que solo ven el camino que más
conviene al pastor; una masa compacta conducida al matadero sin
opción ni recurso humano que la salve de su destino.
La
capacidad de adaptarse a un sistema dopado con la ambición es
resolutiva. Fácil decisión que se premia con la simplicidad de una
vida sin demasiados complejos ni actitudes personales que destaquen
de lo establecido.
La
naturaleza incita a dejarse llevar con la exigencia de ser libres
para disfrutarla. No señala caminos, los insinúa, despeja el
espacio por donde transitamos,llenándolo solamente con nuestra
voluntad para reconocer sus enormes gratitudes aceptarnos como somos
con la posibilidad siempre de descubrirnos.
De
todos los males que afectan a la humanidad el saqueo desmesurado de
los recursos naturales, la contaminación del medio y la mutación
genética con que manipulamos los alimentos son el mayor crimen que
perpetramos contra nosotros mismos.
La
insaciabilidad de unos y la necesidad de otros contribuye al
desequilibrio racional de la naturaleza, convirtiendo el planeta en
un caos sin identidad.
Es
difícil respetarse a uno mismo si uno no es dueño de sus propios
valores, si uno no se reconoce animal racional con la capacidad de
domarse,sin valorar el espacio que habita como la mayor riqueza para
su sustento.
Cuesta
encontrar un rincón desinfectado, un camino sin latas ni plásticos,
una porción de oxigeno descontaminado, un cielo sin motores, un rio
sin espuma...
Proliferan
las enfermedades desconocidas; lo antinatural muestra sus
desagradables síntomas de manera perceptible...no encontramos
defensa, y las nuestras, las que recibimos por herencia materna,
están tan adulteradas que han perdido el juicio y se dejan manipular
por los fármacos como solución antinatural, siguiendo un
tratamiento adecuado a los tiempos desnaturalizados.
Todo
cuanto comemos esta infectado por toxinas, y en el mismo alimento se
incluyen los paliativos para impedir su toxicidad.
Los
animales son engordados en tiempo récord, alimentados en espacios
cerrados, encasillados en en jaulas que les impide la movilidad para
evitar un desgaste de energías. Sacrificados en cadena, sin respeto
al dolor ni al estrés. La carne contiene más pesticidas y
fungicidas que proteínas y todo esto es digerido por el humano, que
evacua en la naturaleza el fertilizante desnaturalizado.
Congelados
y enlatados filtran sus conservantes en los intestinos, circulan por
la sangre, se depositan en nuestros órganos, se acumulan en nuestras
neuronas y contribuyen a ese paranoico enloquecimiento institucional
donde la naturaleza pierde su calidad y se convierte en una
espectadora impotente y desvirtuada.
Los
vegetales tampoco se salvan de la infección.
Mundo
de insanos y descerebrados que han perdido el control sobre sus
propias vidas ,achacando el problema a un desborde de superpoblación.
Padecemos
porque desconocemos, ignoramos porque nos acomodamos, mientras
envejecemos sin haber apreciado un ápice de todo lo que nos fue
regalado.
La
capacidad de destrucción del ser humano es equiparable a su
capacidad de creación. Destruir no precisa esfuerzo, construir
requiere un esfuerzo continuo de integración con la naturaleza, un
reconocimiento a la vida en todas sus ventajas e incomodidades, una
concienciación personal no invadida por elementos nocivos que
atentan contra la propia vida.
1 comentario:
Es muy cierto, Gene, destruir es mucho más fácil que construir,de eso en este país hemos vivido bastante...
Un fuerte abrazo, amiga
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