miércoles, 26 de noviembre de 2014

DÍAS DE TODOS


                                                                   LACRIMOSA


Hohelied der Liebe... música alimenticia




Hay días lúgubres y otros luminosos. Días de pereza exclusiva y razones opuestas. Hay días donde el cansancio devora la energía y las ganas de todo se las traga la nada.
Días de todos, que parecen pesar sobre uno mismo, asumiendo la responsabilidad de estar compartiendo días y años con un ejercito de enfermizos conformistas que sobreviven como pueden a todas las adversidades..
Uno no puede aislarse, ni evitar contagios y compartir circunstancias. El tiempo, con sus horas y sus días, esta infectado de problemas con un efecto dominó, uno cae y los demás le siguen.
Mantenerse al margen es una opción temporal alimentada con la indiferencia, hasta que se derriba tu propia ficha. Nadie esta exento de sufrir su propio crimen, su individual flagelación, su sentencia redimida.
La humanidad, en su conjunto, esta destinada a permanecer unida dentro de los límites terrenales donde habita. La ingravidez es un estado inmaterial no permitido para los cuerpos pesados que se aferran a la tierra atraídos por su magnetismo.
Todo lo que sucede en este paraíso terrenal repercute, por mas grandes que sean las distancias, en el resto de la superficie, implicando, directa o indirectamente, a todo el resto de humanos que tal vez no sean conscientes de ello, pero que les llegara, en forma de onda expansiva que arremete contra toda ingeniería generacional.
Hay días en los que uno se despierta y no quiere moverse de la cama. Intuye que dentro de ella, incubando una parálisis emocional, nada de lo que ocurre en el exterior podrá afectarle. En el lecho, lejos de miradas y juicios suspicaces, amparado por su soledad y las cuatro paredes que la resguarda siente la seguridad del topo, que nada le puede ocurrir mientras hiberna.
Pero el hambre crea movilización. Hay que salir al exterior y arriesgarse a comer el pan y compartir el riesgo con con otros. Esta situación creada por el hambre es el inicio de toda movilidad, el dilema de todo conflicto, la guerra en la que participamos con todo el arsenal de armas disponibles,sean del calibre que sean y destruyan razones, sistemas y condiciones.
Al pan se le añaden alicientes, tales como material optimo para hacer la vida mas sostenible y menos aburrida, convirtiéndonos en guerreros dispuestos a todo, combatiendo diariamente con todos los obstáculos y todas las maneras posibles para conseguir esos objetivos tan necesarios que convierten los días en glorias urbanas.
Hay días desesperantes, donde todo se nos viene en la contra, implicando en nuestra desgracia elementos tales como la incomprensión, el desasosiego, la falta de recursos, el intolerante sistema de condiciones, tan buenas para unos y tan malas para otros. Esos días son el germen para incubar nuevas energías. Nos revitalizamos, emprendiendo una lucha, marginando escrúpulos y conciencia. Dedicamos todo el tiempo a emerger del negativo , impregnados de un magma supervitaminico que regenera la sangre con la vitalidad de un recién nacido.
Son días de recuperación, de participación , de implicación, concentrados exclusivamente en vencer el aburrimiento, optimizando la vida con todos los recursos a nuestro alcance y para ello, implicamos al resto de humanos, contagiando esa energía, compartiendo la felicidad de la prosperidad, del crecimiento, de la colaboración a que todos podamos disfrutar de esos días de auge y felicidad.
Hay días donde la meditación aparece como un síntoma emergente que quiere ser atendido. Una pausa, un alto en la movilidad, un espacio vació de todo y lleno de nada. Días donde la vida parece tornarse humana, pacifica, libre de repercusiones negativas.
Esos días donde el sol aparece como si nunca le hubiésemos visto, y las estrellas nos muestran la insignificancia de nuestro esfuerzo.
Esos días repercuten en todo el resto de la humanidad, se contagian a larga distancia, llegan hasta el Universo y regresan como un boomerang cargados con polvo de estrellas, recargados con energías que llenan de buenas vibraciones a todos los rincones de la tierra.
Los días de todos, bailando al ritmo que marcan las circunstancias,tan ajenos y tan cercanos, tan parecidos, tan involucrados y a la vez tan desconocidos.
Los días, espacios de tiempo incluidos en los años,. Años que acumulan siglos, siglos que repiten constantes, a pesar de parecer innovaciones. Siendo anónimos entre nosotros, evolucionando cada vez más distantes, cada vez más infringidos por nuestras propias leyes, más deteriorados , más sumergidos en nuestro espacio individual.
Hay días lúgubres y días luminosos, días de pan duro y días de repostería. Hay días donde nadie conoce a nadie y días donde necesitamos la colaboración de todos.
Hay días de luto y días de nacimiento. Días de incubación y días de crecimiento.
Algunos días parecen siglos y otros minutos. Días de todos que parecen concentrarse en uno. Hay días de desesperanza y idas de culminación. Días para fomentar la humanidad y días sanguinarios.
El tiempo está repleto de días, y nosotros ,metidos en el tiempo, contamos los días como si fuesen sentencias dispuestas a ser cumplidas, homenajes a la supervivencia, destinos ignotos prestos a ses descubiertos antes de que la muerte convierta nuestros días en eternos.



martes, 18 de noviembre de 2014

ETERNA AUSENTE




Después de muchos días sin poder escribir nada,amortiguada enérgicamente y dolida por el fallecimiento de mi madre, parece que mi ánimo se presta a escribir esas mis cosas que quizás a nadie interesen, pero que me gusta compartir y encuentro cierto alivio en poderlas expresar.
Mama se fue, después de una larga estancia de 92 años. Se fue sin oponer resistencia, agotada por el dolor y consciente de su partida. Sus constantes vitales menguaron hasta detenerse, y sus ojos, pequeños y distantes, perdieron de vista la vida que la habitó.
Yo estuve a su lado hasta el último suspiro, ese lánguido y definitivo suspiro que salió de su cuerpo dejándolo inerte y vacío. La muerte estaba allí, delante de mi, mostrándome su realidad mas muerta, con su mortaja incolora y su desafiante silencio. Todo el ámbito a su alrededor pareció detenerse junto con su cuerpo. La belleza de lo vivo cambio su tonalidad por lo marchito, apagando el arco iris, acentuando el amarillento cenizo y el violeta estancado. Mama ya no estaba en el mundo de lo activo. Me pareció oír un aleteo sobre su cabeza, o tal vez lo quise oír. Un aleteo como de alas de mariposa, suave y liviano. Una evaporación del movimiento que se dispersaba en el aire formando parte de él.


Cuando quise llorar las lágrimas no acudieron a mis ojos. El espectáculo en vivo de la muerte me sorprendió mirándome a mi misma. Allí estaba la realidad más evidente del sentido de la vida, si es que vivir tiene algún sentido. En ese cuerpo sin más consistencia que la física estaban impresos los códigos genéticos de innumerables generaciones, tal vez incluso algún pequeño resquicio del primer gen, de la primera vida que habitó este planeta.
Yo soy un eslabón más de esa cadena y mis hijos, y los hijos de mis hijos; una secuencia interminable que prolonga la vida más allá de toda muerte, rozando la eternidad.
Mi madre, en cuerpo presente, dejó este mundo cuando la vida se canso de habitarlo. La vida, que lleno todo su espacio de crudas y duras experiencias, de superaciones y sacrificios, de miedos y enfrentamientos con la supervivencia. La vida que un día la amamantó con sus generosos y abundantes senos, ahora la desnutría, la secaba de toda sangre, la paralizaba de toda palpitación.
Tranquilo y reposado el cuerpo, rigidez absoluta, rictus forzado que ni gime ni ríe; solo aprieta.
Acudieron a mi mente escenas vivas, momentos felices y tristes compartidos, y no siempre apreciados. Repaso obligado que duele y educa, hemeroteca activa que reproduce las escenas donde la vida se prolonga mediante la grata ventaja de la memoria.


De haber existido desde el principio de la existencia humana la fotografía, el vídeo, el ordenador, la televisión... conoceríamos a todos nuestros antepasados, sus características, sus mezclas ,sus orígenes.
Son ideas que se me pasaron por la cabeza mientras permanecía sentada apretando la mano de mi madre, donde las uñas se tornaron de color violeta y las venas perdieron su volumen.
Antes que madre fue hija y así sucesivamente, vamos repitiendo defectos y virtudes, errores y aciertos.


Cuando nos convertimos en madres dejamos a un lado la prioridad de hijos. Cortamos el cordón umbilical de manera inconsciente y casi brusca, pasando a dedicar nuestras energías a los hijos. En una ley de sucesiones nos alejamos del vientre para ser vientre, instauramos nuevos conceptos, corregimos viejos vicios e insistimos en beneficiosas herencias. Los tiempos cambian contagiando cierto desapego a remotas costumbres, pero las herencias genéticas permanecen imborrables, persistentes, eternas.
La evolución colabora a que tengamos discrepancias, aquellas actitudes correctas que ahora son antigüedades, actitudes pasadas de moda y caducadas.
Mi madre fue viuda la mayor parte de su vida, tal vez por eso mi amor se centro en ella, mi manutención y mi existencia dependían únicamente de ella.



No se cuantas veces le lleve la contraria, ni cuantas más mi superioridad compitió con la de ella. Quizás más de una vez mi orgullo la hirió, mi competencia la humilló, mi desorden generacional la dejo sin armas para combatirme y enderezarme. No se, son cosas que ahora, delante de la irremediable parálisis de la muerte me incitan a ser mejor, escuchar esa voz que se acallo para siempre, acatar esas obediencias que nunca obedecí, ser lo más parecido a su bondad, a su genio a su fortaleza, a esa lucha que la sostuvo y la permitió vivir casi un siglo, pese a la crudeza de su enfermedad. Resistió, porque por encima de todo dolor ansiaba vivir para ver, sentir, amar, estar aquí, aunque la estancia fuese insoportable.


Me cuestiono hasta que punto fui una buena hija, estoy convencida de que me aceptó tal como soy, pese a no entenderme, pese a ser un jeroglífico para ella. Mi mezcla genética, acumulación de diversidades y caracteres, no siempre fue de su agrado, tal vez por eso nuestras guerras fueron interminables.
Mi madre fue, y yo seguiré siendo, la parte móvil de su inmovilidad, hasta que la vida me lo permita. Ahí están mis hijos y mis nietos y los hijos de mis nietos que tal vez ya no me conocerán. Siempre nos quedará el consuelo de la tecnología.