martes, 7 de octubre de 2014

VIVIR A CONTRAQUEJA






ALVARO SIQUEIROS
Cuando la queja se convierte en costumbre uno se acaba quejando de todo. Lo curioso del caso es que la mayoría de los quejantes no suelen hacer nada para solucionar el motivo de la queja.
Razones hay, infinitas, para lamentarse; desde que uno se levanta hasta que se acuesta transcurre un tiempo repleto de contratiempos, de sucesos en los que directa o indirectamente uno se ve implicado. Vivir a contraqueja no es posible, todas vienen con su indicación bien formulada, con su lote de insatisfacción bien especificada.
Las cosas no salen como uno quiere, y como somos muchos, todos queremos una manera y un modo particular de que sucedan; coincidimos, opinamos, decidimos, participamos...pero en el resultado final siempre queda la queja.
Uno se levanta con dolor de huesos y empieza el día quejándose del colchón, de la edad, del estrés, del ruido. De todo cuanto le parece digno de queja. Si uno está sano y no padece enfermedad alguna, lo más probable es que este entumecido y que todo se resuelva con una ducha y la acción. Si uno es un anciano tiene motivos de sobras para quejarse, el desgaste del tiempo se ceba con el cuerpo y la mejor solución es cambiar la queja por resignación.
El resto del día propicia el ánimo a seguir quejándose. Acabo de levantarme y ya estoy cansado; no se que ponerme; ir a la escuela es un suplicio; estoy hasta los huevos del trabajo; el tránsito está imposible; el aire está irrespirable no se que hacer para comer; todo está carísimo; la vida es un asco...


ALVARO SIQUEIROS

Uno no se queja en voz alta casi nunca, las quejas son silencios que se quejan por no poder expresarse y gritar a voces que uno esta infectado de inconformidad congénita y no sabe o no quiere o no puede hallar el elixir que lo cura todo.
Personalmente opino que son más los que se quejan por lo que les sobra, que aquellos que, justificadamente,se quejan por lo que les falta.
Aunque racionalizando y con un buen ejercicio de reflexión uno se da cuenta de que la mayoría de las quejas son por vicio, por un empacho de bienestar que satura y aburre.
Se quejan más las personas de los países desarrollados y bien alimentados,que aquellas cuyo destino les ha condenado a ser el defecto y lacra de un planeta que se queja de la nefasta repartición de los bienes que tan generosamente prodiga, y que, de manera egoísta son acaparados por un sector que se califica a si mismo como primer mundo.
Hay un indecente sistema que organiza las quejas de tal manera, que algunas pueden ser oídas y evaluadas, incluso existen lugares donde ser expuestas. Aunque la realidad demuestra que pasan a engrosar la hemeroteca del auditorio de sordos que tienen por costumbre y norma eso. Hacer oídos sordos .
Quejarse por todo es un síntoma de insatisfacción, las más de las veces justificado. Y es que esperamos que las quejas sean resueltas por otros a quienes hemos encomendado la tarea de que se nos escuche, el encargo de aplacar y solucionar, aunque sea con balas, cañones o bombas, el origen de la queja.


ALVARO SIQUEIROS

Una queja puede ser catalogada de desproporcionada, también de inútil. Puede pasar a la otra vida después de entablar una lucha incesante con esta, sin haber resuelto nada, fenece con el exponente.
Quejarse por quejarse es un defecto de gente imperfecta que espera ser perfecta insistiendo en su queja; nunca desiste, nunca alcanza la perfección.
Cuando uno, después de un apacible sueño en una cama confortable, bajo un techo a resguardo de la intemperie,abre los ojos y comprueba que sigue vivo, a pesar de los achaques. Cuando entra en la ducha y resuelve su higiene con agua caliente o fría y su armario lleno de ropa le ofrece un look variado. Uno debe sonreír.
Cuando abre el frigorífico y no sabe porque desayuno optar, ante un escaparate tan repleto de sugerencias, con tanto aporte vitamínico y tanta energía precintada.
Con un estomago saciado y un perfil más que apto para la exhibición mundana, camino del trabajo de la escuela o del paseo...uno debe dar gracias.
Tres comidas al día, más los extras de entre horas. Salir de compras, vacaciones, amistades, diversión.
Uno debe agradecer tanto confort, tanta facilidad, tanto ajetreo mundano, tanta riqueza. Cueste lo que cueste, uno debe estar agradecido.
Pero nadie regala nada, cada uno contribuye a ese esfuerzo, con quejas, muchas quejas,porque nadie se lo pone fácil, porque todo cuesta el desmesurado esfuerzo de contribuir a la causa social para poder darse el gustazo de ser un ciudadano del primer mundo, cuando la queja con mayor justificación y lógica debería estar enfocada a que todo el planeta fuese un primer mundo.
Las quejas deben estar dirigidas hacia causas injustas y contrarias a las leyes de la naturaleza humana. Una simple queja puede ser desencadenante de un enfado que va creciendo hasta tener el volumen de una guerra, que puede ser interior o mundial.
Quejarse de lo mal que lo hacen unos para que otros vivan peor, tiene su justificación en base a lo que uno hace por uno mismo sin pensar en los demás, sin reparar en la escasez de miras que impide ver la desproporción que existe entre una queja justa y una queja injusta.
El silencio de los más aplaca en cierto modo la queja de aquellos que les silencian. En este disparatado mundo donde toda injusticia está justificada por razones de prioridades y derechos. Ninguna razón justifica la mordaza ni los grilletes. Algún día la humanidad entera se unirá en una única queja, lamentando el estado en que habrá dejado el planeta. Nadie escuchará



ALVARO SIQUEIROS




jueves, 2 de octubre de 2014

EL SECUESTRO DE LA MENTE









He pensado,pensando mucho más allá de lo que normalmente se puede pensar, que el esfuerzo de pensar requiere todo un ritual de entrenamiento y autonomía.
Entrenamiento para ir adquiriendo la costumbre de pensar, autonomía para pensar por uno mismo sin que interfieran pensamientos adobados con conceptos ajenos.
Y es que el tiempo de vida se ocupa más en la supervivencia elemental que de la inteligencia original.
Tanta preocupación como exige el mantenimiento del cuerpo, con todos sus pormenores, sus deseequilibrios, sus indigestas, sus desgastes y dolencias, que apenas queda tiempo para pensar que dentro de ese cuerpo habita un cerebro capaz de solventar en gran parte toda la esa desorganización y sus consecuencias.


Pensar es hacer una pausa en cada observación y dedicarle un tiempo de reflexión, analizando punto por punto lo que sentimos, vemos y conectamos. No hace falta ser un lumbreras ni un superdotado para activar el razonamiento, la actividad cerebral es genuina, se presta por si sola a ser investigada, seleccionada, descubierta en toda su capacidad, desarrollando una potencial que nunca es utilizado al cien por cien, pero si menospreciado y esclavo de otras potencias que interfieren de forma muy agresiva en todo comportamiento.
Dejar que se piense por nosotros es aceptar la esclavitud y sentirse seguro en ella; aceptar las condiciones con un aval que concede un crédito para vivir a las ordenes de un sistema que nos protege y exige todo a la vez, impidiendo cualquier fuga, cualquier atisbo de personalidad, un grito de luz, un intento de libertad.
La masificación se caracteriza por un compacto cuerpo de sumisos que aceptan las condiciones de unos dirigentes, siendo estos expertos en pensar tanto, que incluso pensaron el modo de que el resto no piense, viven ocupados en proporcionar armamento bélico contaminante y silencioso, que va minando el carácter y la inconformidad, adiestrando de manera colectiva con un sutil encanto consumista y un toque persuasivo de intimidación.
El cuerpo personal es un cuerpo añadido al batallón de añadidos por perseverancia y conformidad. 




Cuando un cuerpo se queja se resiente al resto de
afiliados y dejando a un lado el ejercicio de pensar se opta por aceptar la solución más complaciente, asumiendo el defecto como un efecto propio de un estado del bienestar.
Los lavados de cerebro tienen como efecto secundario la eliminación de todo esfuerzo conseguido tras años de ejercer una actividad productiva. Son higienes propagandísticas que casi siempre tiene como objetivo restaurar el bien común, contribuir a que la sociedad siga sin interferencias perjudiciales para sus progenitores.
Cada vida es única, cada cerebro tiene capacidad para advertir esa prioridad, esa particularidad que nos permite discrepar de otros pensamientos, distinguir cualquier opacidad ajena de la luz propia.
La humanidad esta sometida al régimen del no pensar, a la dictadura del no distinguir, al desencanto del no ser uno para ser los otros, los del grupo, los que suman más, los que optan no ser para que sean por ellos. Este comportamiento tan borreguil nos esta llevando al desastre generacional, al holocausto intelectual, al finiquito de toda posibilidad de sobrevivir sin estar oprimidos y deshumanizados.
Las dolencias físicas están asociadas a toda esta descomposición antinatural.
El cuerpo se revela ,quiere ejercer su autonomía junto con la mente, entender y averiguar, ser capaz de asimilar lo que le sienta bien y lo que le envenena.





La atrofia mental es la culpable de todos nuestros males, la expansión de los perjuicios, el mal que acabara siendo una normalidad en un mundo de no pensantes.
Todo esta adulterado para adulterar. La manipulación de las noticias, los argumentos universitarios, los alimentos, las genéticas, los bienes y los males, las organizaciones, los conceptos, las religiones, las economías, los medicamentos, las políticas...
La necesidad de pensar y distinguir es cada vez mas acuciante si no queremos vernos manipulados hasta el extremo de sucumbir a los deseos de las potencias que absorben nuestros cerebros con un sinfín de proyectos que solo benefician a un sector muy privado de la humanidad, un sector que conoce muy bien las debilidades y ambiciones de la masificacion, un sector que piensa por los otros pensando siempre el modo de que no pensemos.
La revolución si, pero de las mentes, sin ella no pueden haber ningún otro tipo de revolucion, todas estarían condenadas al fracaso.